
¿Podemos estar con nuestro bebé en el hospital cuando ha nacido sin vida?
¿Cómo vivir este tiempo con él?
Cuando tu bebé fallece durante el embarazo o poco después de nacer, puede sentirse como que todo se desmorona y que os comenten apresuradamente varios pasos a dar. En medio de la confusión y el dolor, es importante saber que tienes derecho a pasar tiempo con tu bebé y te recomendamos hacerlo. No hay prisa en un momento tan íntimo y delicado. Puede ocurrir que por los ritmos acelerados del hospital quieran retirar al bebé y que no sea fácil vivir este momento con él, pero os animamos a que pidáis al personal sanitario poder estar con él un tiempo.
Algunos padres, especialmente las madres, sienten la necesidad de abrazar a su bebé desde el primer momento; otras necesitan ir más despacio y por eso bueno tener tiempo para vivir esta despedida. Una vez os retiren al bebé, es muy complicado tener este tiempo con él en el hospital. Quizá necesitáis estar solos en este momento, o puede que prefiráis estar acompañados. En la medida de lo posible, lo importante es elegir cómo vivir esta acogida y despedida de vuestro/a hijo/a.
No es fácil pensar en todo esto en medio de un momento tan frágil, pero queremos que no os conforméis con lo mínimo, y que vuestro dolor, vuestro amor por vuestro/a hijo/a y vuestros tiempos sean respetados. Este momento único, por difícil que sea, puede ser también un espacio para el amor, el reconocimiento del bebé como parte de vuestra vida para siempre y la despedida desde el corazón.
Por otro lado, mientras contempláis a vuestro/a hijo/a, hay toda una realidad invisible, y no por eso menos real, que está ocurriendo y también vale la pena contemplar. Mientras sostenéis a vuestro/a hijo/a y veis su cuerpecito pequeño, dolidos y quizá asustados de verlo/a sin vida, una vida nueva se está abriendo para él/ella, y para vosotros. Vuestro/a hijo/a ha sido pensado/a y creado/a desde la eternidad y, en este dolor de que el tiempo con él/ella ha quedado muy corto, creemos que toda vida humana, por pequeña o breve que sea, tiene un valor y dignidad eternos. “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones” (Jer 1,5). Tu hijo/a no ha pasado desapercibido/a para Dios. Ha sido amado/a, pensado/a y elegido/a desde la eternidad.
En la Tierra se llora su partida, y en el Cielo se celebra su llegada, vuestro/a hijo/a ha nacido al Cielo. Los ángeles lo/a escoltan; la Virgen María lo/a recibe en su regazo y ternura de Madre. Toda la creación queda tocada por este nacimiento, todo ha cambiado en el Cielo y en la Tierra. Vuestro/a hijo/a ha entrado en la plenitud para la que fue creado/a, a la que todos aspiramos. El amor que le habéis dado y seguís dando, es un signo del amor eterno y pleno en el que ya está viviendo para toda la eternidad. “El amor no pasa nunca” (1 Cor 13, 8a), pero sí cambia de forma, se transfigura, se hace nuevo y llega a plenitud.
En ese momento que veis que su corazón ha dejado de latir en la Tierra, el Padre lo/a está acogiendo en sus brazos, como un/a niño/a que regresa a casa puro, tras haber vivido en plenitud, pues la plenitud que anhelamos es amar y ser amado, y este/a niño/a, en su breve vida aquí, solo ha conocido el amor. En la oscuridad que pueden estar percibiendo todos nuestros sentidos, desde la grieta del corazón que sufre, está naciendo una gran luz, para el Cielo, para vuestra familia y para el mundo, aunque es normal no comprenderla ahora; María tampoco lo hizo, sino que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Este doloroso gozo de la Luz, el Amor y la Vida en la muerte es el mismo misterio que vivió María a los pies de la Cruz cuando, viendo a su Hijo morir, con el alma atravesada, también creía profundamente en la Resurrección.
Esto no podemos creerlo y vivirlo por nosotros mismos, pero la Palabra, poco a poco, se va haciendo carne y, de la mano de María, iréis acogiendo lo acontecido, quizá sin entenderlo, pero sí en la fe del Dios invisible que ilumina la realidad y nos revela, poco a poco, que hay mucho más de lo que percibimos visiblemente, y que es bello, profundo y eterno. Y para este camino, no estáis solos. Nada de esto deja indiferente a Dios. Jesús, a vuestro lado, lleva vuestro sufrimiento. “Jesús se echó a llorar” (Jn 11, 35) cuando supo de la muerte de su amigo Lázaro, y es en esta aflicción también donde Jesús toma todo el dolor, se sienta a vuestro lado, mira con amor a vuestro/a hijo/a, acompaña esta situación, intercede ante el Padre y os va abriendo el camino.
Vuestro/a hijo/a comienza una misión única, nadie más podría realizar la misma. Y habrá tiempo para ir descubriéndola. De momento, ya ha cumplido una gran misión: ser instrumento de amor y poner la mirada de muchos en el Cielo, pero su misión nunca acaba, y vosotros podéis acompañarle en ella. El Señor quiere llevar a plenitud vuestra paternidad y maternidad, acompañando a vuestro/a hijo/a en su misión. Las palabras del anciano Simeón sobre Jesús niño se cumplen hoy, nuevamente, en vuestro bebé:
“Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: ‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño” (Lc 2, 28-33).