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Nos confiaba su vida para acompañarle, amarle y cuidarle como al resto de nuestros hijos hasta donde nos fuera posible.

Mari Carmen y Pedro, padres de Jesús

Cuando nos enteramos de que nuestro hijo Jesús venía de camino no podíamos imaginar todo lo que el Señor nos tenía preparado. Un misterio de dolor y amor que gracias a Su ayuda y a la de tantas personas cercanas hemos podido vivir con paz. Tras notificarnos en el primer cribado que había una altísima probabilidad de que nuestro bebé presentara una trisomía, se detectó en una ecografía un problema cardíaco grave. Finalmente, tras una prueba no invasiva de detección de ADN fetal en sangre materna, se confirmó que nuestro hijo Jesús presentaba Trisomía del cromosoma 18 o Síndrome de Edwards. Los médicos nos indicaron que podría vivir como mucho un año. Que quizá el embarazo no llegaría a término.

Con tres hijos más y llenos de salud, esta noticia provocó en nosotros un fuerte impacto. Necesitamos un tiempo como matrimonio para ir asumiendo cómo era nuestro hijo. La cabeza y el corazón se nos llenaba de incógnitas: ¿llegará a término? ¿hasta cuándo vivirá? Si sobrevive al parto, ¿cómo cuidar de nuestro hijo con anomalías tan graves? ¿Cómo explicárselo a sus hermanos que le esperaban con tanta ilusión? Y un largo etcétera. Una mirada confiada a Nuestro Padre Dios nos fue orientando. Recurrir a las enseñanzas de nuestra madre la Iglesia que con sabia y amorosa mano nos conduce, nos confirmó en nuestra decisión. Jesús es nuestro hijo. Un don del cielo. Dios le amaba con predilección y nos confiaba su vida para acompañarle, amarle y cuidarle como al resto de nuestros hijos hasta donde nos fuera posible.

A partir de ese momento nos propusimos vivir el momento presente anclados en la Providencia del Padre, intentando ocuparnos y no caer en la preocupación por cada paso que había que dar. Cuántas incertidumbres, cuántas encrucijadas. Días más lúcidos, días tristes, días difíciles. Siempre esa mirada al Padre nos devolvía la paz. Él nos iba guiando en cada momento con las ayudas necesarias para ir dando los pasos oportunos.

 

Nuestros hijos recibieron la noticia con lágrimas. Habían esperado mucho tiempo la llegada de un nuevo hermanito y el saber que quizá pronto nos dejaría les partía el corazón. “Hijos, el Señor nos ha confiado una misión. Una misión muy especial de esas que sólo se las encarga a los superhéroes: cuidar y amar la vida de nuestro hermano en su debilidad venga como venga. ¿Nos queréis acompañar en esta misión?” Con la nobleza propia de los niños no dudaron en decir que sí. Con las preguntas insaciables de su edad pero con todo su cariño se pusieron manos a la obra: cuidar de mamá, pedir un milagro, miles de besos a su hermano desde la barriga, hablarle, cantarle…

Nació nuestro hijo. Sobrevivió al parto. Pudimos abrazarlo, besarlo. Sus hermanos y abuelos también. Pudimos bautizarlo en el hospital. Era un ángel más del cielo que de la tierra y a los tres días pasó de nuestros brazos a los del Padre. Es inevitable sentir la punzada del dolor por su ausencia y gracias a la fe sabemos que ahora es Jesús quien nos cuida, nos sostiene desde el cielo e intercede por nosotros ante el Padre. Ha sido y es una bendición para nuestro matrimonio, para nuestra familia y para toda la Iglesia. A él nos confiamos, él vela e intercede por nosotros. El Señor es especialista en obrar maravillas cuando el instrumento es débil pero dócil. Nuestro Jesús era pequeño, muy frágil, por eso el Señor pudo y puede actuar a través de él con todo su poder, sin obstáculos.

Damos gracias a Dios por habernos dado la fuerza de cumplir con la misión que nos encomendó con nuestro hijo Jesús. Un profundo agradecimiento también a nuestras familias y amigos que, con respeto, cercanía, oración y la fidelidad de su entrega nos apoyaron en todo momento. Muy agradecidos a todos los profesionales sanitarios que nos asistieron. En especial a Maria Puerta del Paraíso. La Providencia hizo que nuestros caminos se cruzaran y nos ayudó mucho en el momento delicado de velarle, entregarlo al Padre y darle cristiana sepultura.

       

Beatriz y Víctor

«Cuatro corazones latiendo  dentro de mí, veintisiete semanas de vida,  trillizos idénticos.  algo dentro de mí me decía que merecían una despedida digna y llena de Amor como seres queridos que son. El día que pude despedirme de mis hijos, besarlos, nunca lo olvidaré».

Patricia y Javier

«Es impresionante con qué naturalidad vivieron nuestros otros hijos el acontecimiento, todos necesitábamos ver al bebe y darle esa despedida. Cuando me ven llorar, me dicen, Moisés cuenta, es nuestro hermano y está en el Cielo, somos cinco hermanos Mama.».

Isabel y Antonio

Llevábamos muy poco tiempo casados y estábamos pasando por un momento de adaptación, no estábamos demasiado bien y todo esto que sucedió con Ángel y Jesús nos unió muchísimo. Pienso que nuestros hijos tenían esta misión»

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