Vida y muerte se enfrentaron en un duelo en el que ganó la vida
Ana y Pablo, padres de Nazaret
Netzer fue uno de los primeros nombres que se dio a los nazarenos como seguidores de Jesús de Nazaret. En Israel así se les continúa llamando. Netzer significa retoño, vástago, rama, renuevo. Ana eligió al poco de quedarse embarazada el nombre de Nazaret para su hija. Pequeña rama que dio vida y frutos que perduran. Era aquel día un viernes nueve de junio cuando su madre recibió la noticia de que el feto tenía un retraso de crecimiento de tres semanas. «Me quedé en observación. Dios sabía lo que pasaba y se preocupó por cuidarnos. De algo que parece malo se sacan cosas buenas. Dios ya había movido la roca. Hay un plan por encima que somos incapaces de ver. Muchas personas que no rezaban empezaron a hacerlo. Dios sabe cómo acercar a la fe. Pequeños milagros iban a suceder a través de Nazaret».
A medida que avanzaban las horas surgían iluminaciones entreveradas de esperanza.. Luces que el Señor prodiga.
​
«Nuestra sobrina fue un ángel enviado por Dios. Hacía tiempo que quería visitarnos y coincidió que llegase esa semana cuando ingresé. También acudieron familiares, amigos y el sacerdote de nuestra parroquia. En el hospital de O’Donnell nos trataron con mucha delicadeza. Noté la mano de Dios. El sábado por la mañana me encontraba bien y Pablo y yo fuimos a rezar a la capilla. Pedí la comunión diaria. Quería recibir la Eucaristía dentro de mi. Ya por la noche rezamos sobre mi tripa por la sanación de Nazaret. Mi marido Pablo estaba a mi lado. También nos acompañó el sacerdote de nuestra parroquia, mi hermana y su marido que fue el que impuso las manos y con fe rogamos al Espíritu Santo».
​
Inmersos en la noche la puerta se hacía más estrecha y el tiempo de decidir apremiaba. «El domingo por la noche la niña tuvo taquicardias. Me alegré porque lo sentí como si fuera un signo de vida. Me hicieron la ecografía en la habitación y la única luz que parecía existir era practicar una cesárea. Había que decidirlo ya y nosotros necesitábamos consultarlo. A Pablo nadie le cogía el teléfono, comprensible dadas las horas que eran. Sí pudimos hablar con mi hermana que nos animó y con mi suegra. Si hay que hacerlo hazlo. Luego llegaron los sacerdotes. A mi me confesó y me dio la unción de enfermos».
La vivencia más preclara de la cruz sucedió al entrar al quirófano. «Yo estaba despojada. Me abandoné. Era un cuerpo como Cristo en la cruz». Sintió una mano que le infundía consuelo en medio del dolor. «Eran la dos de la madrugada del Domingo. Dejaron conmigo la pulsera decenario que llevaba y tuvieron el detalle de guardar a un lado la imagen que tenía de una virgen». Todo cuanto acontecía era una apuesta por cuidar la vida. Acompañar a Nazaret era la actitud que reinaba. La cuarta planta del hospital se vio iluminada por la gracia de Dios. La pediatra tenía lágrimas en los ojos. Un vendaval de amor conmovió los corazones.
​
Al otro lado del quirófano el marido de Ana y los dos sacerdotes mantienen la vigilia en la sala de espera. Asaltan las preguntas del alma. Una de ellas alza la voz a través del silencio. «Y si mi hija no vive ¿qué hacemos?» Era pronto para que se diera una respuesta. Aún así el tiempo corría y parte de la espera concluyó. Nazaret no sobrevivió. «Se nos paró el mundo. ¡Teníamos tanto planeado!»
​
Nazaret nació con vida. Un leve latido que necesitaba un pulso mayor. Tras veinte minutos de reanimación el latido cesó. Fue entonces cuando la llevaron junto a su madre. «Me la pusieron encima con su cuerpo caliente. La tenía en mis brazos y la besaba. No me enfadé. Tenía mucha paz. Acepté en mi combate interior que Dios actuaba a través de mi, de nosotros».
​
Antes de reencontrarse con Ana y Nazaret el padre atravesó la sequedad del desierto. Pablo se quedó solo por unos instantes. «Luchaba para no enfadarme con Dios. ¿Por qué no has hecho el milagro? El Señor me llevaba por un camino que no entendía. Si piensas egoístamente quieres que se salve tu hija». La sequedad se convirtió en agua viva al ver de nuevo a su mujer. Permanecía despojada pero de sus labios brotó como ráfaga de misericordia un delicado «lo siento».
​
Era una noche oscura. Las seis de la mañana. El cuerpo de Nazaret yacía y pidieron luz para que encontrara reposo en la tierra con miras al cielo. El sacerdote aclaró el camino. La decisión que toméis es para toda la vida fueron sus palabras. De manera providencial y por dos caminos fue a su encuentro En Vela que dio continuidad a todo lo vivido. «La luz que habíamos pedido a Dios».
​
El jueves 15 de junio la familia unida rezó la octava de Navidad en la iglesia San Emilio con el cuerpo presente de Nazaret. «Dejando de lado la fe, humanamente, te da paz tener el cuerpo de tu hijo y enterrarlo. En Vela había dejado para cada uno de nuestros hijos un ramito con el fin de poder ofrecérselo a su hermana y dejarlo junto con su cajita».
​
«Lo que hemos vivido nos ha unido más como matrimonio. Reforzó nuestra fe. Nos abrió a hablar más y a ser más claros. Somos muy pequeños. En la debilidad nos hemos hecho fuertes. Hay que entrar en ese despojo. Estamos tristes pero nos agarramos a la cruz. Somos portadores de un mensaje. Vida y muerte se enfrentaron en un duelo en el que ganó la vida».