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Fue un milagro poder recoger el cuerpo y ver que la entereza y paz con la que lo pude dar a luz no venía de mí sino que provenía de Dios

María Ángeles y Jacobo, padres de Rafael

Llegó la noticia. ¡Embarazada! Nuestro cuarto hijo venía y todos lo acogíamos con alegría. De inmediato anunciamos a la familia, comunidad y amigos que el test había dado positivo.

Tras las revisiones a las 10 semanas  decidimos ir con nuestros tres hijos a la JMJ. Llegó el día de la vigilia del Papa. Al llegar a la casa donde nos alojábamos noté algo raro que me impulsó a acudir a urgencias para quedarme tranquila  acudí al hospital junto a mi marido y mis hijos. Durante el tiempo de espera había aprendido la palabra nao batimento que significa no latido. Entendí al momento la respuesta a mi pregunta. Eran aquellas palabras tan temidas. La doctora llamó a una compañera para confirmarlo. La noticia era un hecho. Mi bebé estaba muerto.. Jamás había sentido un dolor tan grande. La doctora me recomendó dejar pasar una semana para que el bebé saliera de manera natural y así evitar fármacos o legrado. Oramos  y pedimos a familiares y hermanos en la fe que rezasen.

De camino a Sevilla sucedió. Paramos en un área de servicio y di a luz.  Me vino a la memoria el pasaje en el que la Virgen María envuelve al niño en pañales ya que yo hice lo mismo. Al igual que ellos también nosotros íbamos de camino.

Fue un milagro poder recoger el cuerpo y ver que la entereza y paz con la que lo pude dar a luz no venía de mí (que soy insegura y emocional) sino que provenía de Dios. No me veía capaz y pensaba que iba a ser dramático tenerlo así en mis manos pero la realidad es que lo viví de una manera muy natural.

Tras unos días de reposo en Sevilla volvimos a Madrid. Se acercaba el momento de decidir qué hacíamos con el cuerpecito. Empecé a dudar sobre si era necesario toda esa parafernalia de un cementerio, un sepulcro, coche fúnebre, responso. Se me hacía todo un mundo y lo que me salía era llevarlo a un jardín discreto de alguien con mi marido y enterrarlo a solas, cosa que no habría estado tampoco mal, pero lo esencial era buscar qué quería Dios de nosotros o por qué yo quería huir y hacerlo a solas. En el fondo no quería enfrentarme a ese día en el que se iba a sellar con un rito el paso de nuestro hijo al cielo. Empezamos a reflexionar y a rezar sobre qué hacer y al tiempo escuchábamos a personas cercanas decir cosas como «¿Pero veis necesario hacer todo eso? ¿y no os da cosa mantener unos días el cuerpecito en casa? ay yo no sé si podría».  Lo que me vino al corazón fue ¿creo que este bebé es un hijo mío como lo son los otros tres? ¿creo que tiene un alma desde el primer momento de la concepción? ¿Dios lo creó con nuestra cooperación y tiene un plan para él?». Y la respuesta fue un rotundo SÍ.  El cuerpo de este hijo, aunque sea de seis milímetros merece cristiana sepultura como habría hecho con cualquiera de mis otros hijos y merece tener un lugar en nuestra familia, contar con él y ser recordado.

¡Me duele tanto ver que muchas veces son hijos que no cuentan! No cuentan para la familia y no cuentan porque se oculta todo. Cuando me preguntan cuántos hijos tengo y digo tres aquí y uno en el cielo. Entonces hay madres que te cuentan “pues yo he tenido uno, dos tres….abortos etc. Personas que tal vez conocía desde hace muchísimos años y no tenía ni idea que habían pasado por esta experiencia. Creo que es primordial incorporarlos con naturalidad en nuestra vida y familia. También hay otros muchos que cuando se enteran de que he perdido un bebé y me preguntan «¿de cuánto estabas?» y les digo «de casi tres meses pero el bebé falleció con casi dos» y responden «ah bueno, poquito, bueno mujer…»  ¿Acaso es menos hijo nuestro por tener menos tiempo de gestación? Muchas veces como creyentes y defensores de la vida parece que ignoramos la oportunidad de dar la dignidad que se merece a la propia vida desde el primer momento de la concepción. Nos olvidamos de darles la importancia que tienen como criaturas de Dios.

Por otro lado con respecto a En Vela todo fueron facilidades, disponibilidad, empatía, cercanía. Nos ofrecía seguridad a cada paso. También nos ayudó mucho que nos pusiera en contacto con otro matrimonio que habían pasado por lo mismo. También nos ayudó con el tema del nombre. Nos resultó bastante complicado encontrar porque buscábamos nombres unisex ya que no sabíamos si era niño o niña. Teníamos que pensar qué misión de intercesión podría tener este niño para con nuestra familia. Rezamos y tras leer una catequesis de Benedicto XVI sobre los arcángeles nos decidimos por Rafael «medicina de Dios» aquel que cura las heridas, que tanta descomunión causan en el matrimonio, medicina de la que estamos tan necesitados muchas veces mi marido y yo. Desde que le pusimos nombre cada vez que me veo en medio de una dificultad en el matrimonio invoco «Rafael intercede por nosotros» y es de gran ayuda.

De cara al entierro nos venía la siguiente duda «¿Llevamos a los niños?» y en la línea de lo que decía antes de incorporarles a la vida de la familia, así lo hicimos. La noche anterior pudimos confesarnos, asistir a misa y velar su cuerpo con un librito de oraciones que nos ofreció En Vela sobre el icono de la natividad y los niños pudieron entender todo y vivirlo con mucha paz. Nos pudimos preparar para un paso del Señor que iba a ser importantísimo para nuestra familia.

Llegó el día del entierro y vivimos una liturgia sencilla que habíamos preparado previamente con el sacerdote y En Vela. Asistieron algunos amigos, hermanos de comunidad y familiares. Lo vivido ese día lo resumo así: no es lo mismo que todo el mundo (creyente y no creyente) nos diga que tenemos un angelito en el cielo a que la Iglesia por medio de una liturgia preciosa y cuidada nos confirme que nuestro hijo está en presencia de Dios y que intercede por nosotros. Fue crucial y un gran consuelo para nosotros vivirlo de esa manera. Desde ese día fue como dar la vuelta a un calcetín para mi marido y para mí en cómo vivimos el no tener a Rafael físicamente a nuestro lado. Me acuerdo de él cada día en muchísimos momentos y veo a otras madres embarazadas del mismo tiempo del que yo tendría que estar y lo recuerdo siempre con paz. No me pasaba antes del entierro. Lo vivía en medio de mucho dolor y angustia. A veces caía en la tentación de pensar «¿y si todo esto de que está en el cielo es un invento para consolarse la gente?». Desde que vimos su sepultura todo ha cambiado para bien y vivimos consolados por el Señor.

Carmen y Pedro

“Hijos, el Señor nos ha confiado una misión. Una misión muy especial de esas que sólo se las encarga a los superhéroes: cuidar y amar la vida de vuestro hermano Jesús en su debilidad venga como venga. ¿Nos queréis acompañar en esta misión?”

Ana y Pablo

«Nazaret no sobrevivió. Se nos paró el mundo. ¡Teníamos tanto planeado!» (...)  «Lo que hemos vivido nos ha unido más como matrimonio.  Hay que entrar en ese despojo.   Vida y muerte se enfrentaron en un duelo en el que ganó la vida».

Vanessa y Javier

«Queríamos recuperar el cuerpo de Miguel. La ginecóloga se quedó de piedra. Nunca se lo habían pedido.  Queríamos darle enterramiento. Rezamos y Dios envío la luz que necesitábamos.

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