Señor me has dado a este hijo y yo te lo entrego
Vanessa y Javier, padres de Miguel
Las palabras son más que aliento. Alzan el vuelo más allá de lo terreno y en su hálito vertical por momentos se varan y estremecen fruto de las pérdidas. Se despojan sin perder la alegría del reencuentro. Están hechas de carne. Cuando dejamos que el Señor transfigure nuestros corazones estamos más preparados para dejar partir en paz a nuestros seres queridos. Seres tan amados y presentes como el hijo de Vanessa y Javier cuyo latido dejó de escucharse al quinto mes de embarazo. Latido que pervive en el corazón de sus padres. «Me entregaron tu cuerpo en un pañito. Eras del porte de mi mano. Pequeñito, precioso. Eras un bebé. Las orejitas, la nariz. Se te veían las cejas, las manos, los deditos, todo. Absolutamente todo. Eras ya una vida y rezamos junto a ti. Contigo hemos aprendido que desde la concepción eras ya Miguel».
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Fue en una revisión rutinaria cuando se abrió la primera grieta y se deslizó el temor. No se oía el corazón de Miguel. En el hospital llegaría la confirmación. De nuevo y como un eco del primer anuncio la grieta se ahondó. El latido había cesado de manera definitiva. «Me quedé en shock. Llamé a mis padres y también me encontré con el capellán del hospital. Me abrazó y me dio la bendición. Después de pasar por casa volvimos al hospital por la tarde y nos explicaron el protocolo. Era un bebé. Tenía que dar a luz».
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Las estancias más oscuras consideran a Miguel como un resto quirúrgico al no tener ni seis meses de vida, pero a través de los resquicios más minúsculos penetra la Luz. Estancias en las que la palabra vida no tiene lugar y a la que se ha desprovisto del cordón umbilical como si fuera una mera mercancía. Ocultamiento y un silencio frío de hormigón poblado de tecnicismos. El comienzo del calvario. Documentos, firmas que no tuvieron lugar, funerarias que no conocen protocolos para enterrar a los niños. Doce días de combate. Vanessa y Javier recuerdan como fueron aquellas horas, días, noches. «Queríamos recuperar el cuerpo de Miguel. La ginecóloga se quedó de piedra. Nunca se lo habían pedido. Queríamos darle enterramiento. Rezamos y Dios envío la luz que necesitábamos. Nos llegó el contacto de En Vela. Fue providencial. Fuimos al paritorio y ahora si. Como si las puertas hubieran sido abiertas por el propio ángel de la guarda. Nos entregaron a Miguel. Ahí terminó el calvario. Si tienes puestos los ojos en el cielo todo cambia. Dentro de la Iglesia nos han transmitido que el Señor nos ama en medio del sufrimiento».
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Los niños tienen un lenguaje particular alumbrado por la verdad y la inocencia. «Mi hija de ocho años le explicó a su hermana de cuatro que Miguel estaba en el cielo y que si se le rompía la punta del lápiz podía pedir ayuda a su hermanito».
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Después de velarlo en casa la familia hizo una misa funeral en la parroquia con su comunidad del Camino Neocatecumenal. «Había mucha gente y gran parte de ella no sabía que existía esta posibilidad del enterramiento. Muchas mujeres han sufrido aborto y lo han mantenido en secreto. Hubo quién nos dijo que no lo contáramos, que nos olvidáramos».
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«Al ir al cementerio se nos hizo presente la verdad de la resurrección. Es un dormitorio en el que descansa el cuerpo de Miguel hasta que nos volvamos a encontrar en la vida eterna. Hemos rezado e integrado la realidad de la muerte en la familia. Mis hijos que han llorado mucho porque no entendían ahora saben que tienen un hermanito en el cielo. Ellos nos han enseñado a vivirlo con naturalidad. También nos ha ayudado en nuestra relación de matrimonio. A acogernos el uno al otro. Nos han sostenido las caricias del Señor. El día del entierro no estaba destruida sino radiante. Había nacido un agradecimiento hacia el Señor al saber que Él está ahí. Señor me has dado a este hijo y yo te lo entrego. Miguel».